Aquella noche las montañas no estaban donde siempre. Tu voz
no sonaba a sonrisa y el cielo miraba a otro lado. Mi corazón sudaba ansiedad,
tus ojos intuían el pánico y nuestros sueños rompían contratos.
Y fue entonces cuando todo acabó, cuando el mar rompió con
las olas, cuando nuestras ilusiones se disfrazaron de recuerdos y nuestras
promesas se olvidaron para siempre.
Mi otra mitad decidió marcharse y las luces se apagaron.
El Amor sacó el escudo y la sinceridad cerró la muralla; el
compromiso regresó al calabozo y los valores pidieron consejo.
Sin embargo, fue todo este suicidio de sentimientos, el que
con el tiempo, consiguió devolver al fracaso su oxígeno y a la dignidad su
inolvidable sonrisa.
Porque cuando El Destino te diga que tenemos que hablar, y
aunque el alma duela sin piedad, el sufrimiento por un cambio de rumbo será la
mejor inversión que tu vida pueda firmar.
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